sábado, 5 de septiembre de 2020

Castellano, purgatorio, Canto XXVI

CANTO XXVI


Mientras que por la orilla uno tras otro


marchábamos y el buen maestro a veces


«Mira decía como te he advertido»;


sobre el hombro derecho el sol me hería,


que ya, radiando, todo el occidente


el celeste cambiaba en blanco aspecto;


y hacía con mi sombra más rojiza

la llama parecer; y al darse cuenta

vi que, andando, miraban muchas sombras.


Esta fue la ocasión que les dio pie


a que hablaran de mí , y así empezaron


«Este cuerpo ficticio no parece»;


luego vueltos a mí cuanto podían,


se cercioraron de ello, con cuidado


siempre de no salir de donde ardiesen.


«Oh tú que vas, no porque tardo seas,


mas tal vez reverente, tras los otros,


respóndeme, que en este fuego ardo.


No sólo a mí aproveche tu respuesta;


pues mayor sed tenemos todos de ella


que de agua fría la India o la Etiopía.


Dinos cómo es que formas de ti un muro


al sol, de tal manera que no hubieses


aún entrado en las redes de la muerte.»


Así me hablaba uno; y yo me hubiera


ya explicado, si no estuviese atento


a otra novedad que entonces vino;


que por medio de aquel sendero ardiente


vino gente mirando hacia los otros,


lo cual, suspenso, me llevó a observarlo.


Apresurarse vi por todas partes


y besarse a las almas unas a otras

sin pararse, felices de tal fiesta;


así por medio de su hilera oscura


una a la otra se hocican las hormigas,


por saber de su suerte o su camino.


En cuanto dejan la acogida amiga,


antes de dar siquiera el primer paso,


en vocear se cansan todas ellas:


la nueva gente: «Sodoma y Gomorra»;


los otros: «En la vaca entra Pasifae,


para que el toro corra a su lujuria.»


Después como las grullas que hacia el Rif


vuelan en parte, y parte a las arenas,


o del hielo o del sol haciendo ascos,


una gente se va y otra se viene;


vuelven llorando a sus primeros cantos


y a gritar eso que más les atañe;


y acercáronse a mí, como hace poco


esos otros habíanme rogado,


deseosos de oír en sus semblantes.


Yo que dos veces viera su deseo;


«Oh almas ya seguras comencé


de conseguir la paz tras de algún tiempo,


no han quedado ni verdes ni maduros


allí mis miembros, mas aquí los traigo


con su sangre y sus articulaciones.


Subo para no estar ya nunca ciego;


una mujer me obtuvo la merced,


de venir con el cuerpo a vuestro mundo.


Mas vuestro anhelo mayor satisfecho


sea pronto, y así os albergue el cielo


que lleno está de amor y más se espacia,


decidme, a fin de que escribirlo pueda,


quiénes seáis, y quién es esa turba


que se marchó detrás a vuestra espalda.»


No de otro modo estúpido se turba


el montañés, y mira y enmudece,


cuando va a la ciudad , rudo y salvaje,


que en su apariencia todas esas sombras;

más ya de su estupor recuperadas,

que de las altas almas pronto sale,


«¡Dichoso tú que de nuestras regiones


volvió a decir aquel que habló primero ,


para mejor morir sapiencia adquieres!


La gente que no viene con nosotros,


pecó de aquello por lo que en el triunfo


César oyó que "reina" lo llamaban:


por eso vanse gritando "Sodoma",


reprobándose a sí, como has oído,


con su vergüenza el fuego acrecentando.


Hermafrodita fue nuestro pecado;


y pues que no observamos ley humana,


siguiendo el apetito como bestias,


en nuestro oprobio, por nosotros se oye


cuando partimos el nombre de aquella


que en el leño bestial bestia se hizo.


Ya sabes nuestros actos, nuestras culpas:


y si de nombre quieres conocemos,


decirlo no sabría, pues no hay tiempo.


Apagaré de mí, al menos, tus ganas:


Soy Guido Guinizzelli, y aquí peno


por bien antes del fin arrepentirme.»


Igual que en la tristeza de Licurgo


hicieron los dos hijos a su madre,


así hice yo, pero sin tanto ímpetu,


cuando escuché nombrarse él mismo al padre


mío y de todos, el mejor que rimas


de amor usaron dulces y donosas;


y pensativo, sin oír ni hablar,


contemplándole anduve un largo rato,


mas, por el fuego, sin aproximarme.


Luego ya de mirarle satisfecho,


me ofrecí enteramente a su servicio


con juramentos que a otros aseguran.


y él me dijo: «Tú dejas tales huellas


en mí, por lo que escucho, y tan palpables,


que no puede borrarlas el Leteo.


Mas si en verdad juraron tus palabras,

dime por qué razones me demuestras

al mirarme y hablarme tanto aprecio.»


Y yo le dije: «Vuestros dulces versos,


que, mientras duren los modernos usos,


harán preciada aun su misma tinta.»


«Oh hermano dijo, ése que te indico


y señaló un espíritu delante


fue el mejor artesano de su lengua.


En los versos de amor o en narraciones


a todos superó; y deja a los tontos


que creen que el Lemosín le aventajaba.


A las voces se vuelven, no a lo cierto,


y su opinión conforman de este modo


antes de oír a la razón o al arte.


Así hicieron antaño con Guittone,


de voz en voz corriendo su alabanza,


hasta que la verdad se ha impuesto a todos.


Ahora si tienes tanto privilegio,


que lícito te sea ir hasta el claustro


del colegio del cual abad es Cristo,


de un padre nuestro dile aquella parte,


que nos es necesaria en este mundo,


donde poder pecar ya no es lo nuestro.»


Luego tal vez por dar cabida a otro


que cerca estaba, se perdió en el fuego,


como en el agua el pez que se va al fondo.


Yo me acerqué a quien antes me indicara,


y dije que a su nombre mi deseo


un sitio placentero disponía.


Y comenzó a decirme cortésmente:




«Tan m' abellis vostre cortes deman,


qu' ieu non me puesc ni voil a vos cobrire.


Ieu sui Arnaut, que plor e vau cantan;


consiros vei la passada folor,


a vei jausen lo joi qu' esper, denan.


Ara voz prec, per aquella valor


que vos guida al som de l' escalina,


sovenha vos a temps de ma dolor


Luego se hundió en el fuego que le salva.

Castellano, purgatorio, Canto XXV

CANTO XXV


Dilación no admitía la subida;


puesto que el sol había ya dejado


la noche al Escorpión, el día al Toro:


y así como hace aquél que no se para,


mas, como sea, sigue su camino,


por la necesidad aguijoneado,


así fuimos por el desfiladero,


subiendo la escalera uno tras otro,


pues su estrechez separa a los que suben.


Y como el cigoñino el ala extiende


por ganas de volar, y no se atreve


a abandonar el nido, y las repliega;


tal mis ganas ardientes y apagadas

de preguntar; haciendo al fin el gesto

que hacen aquellos que al hablar se aprestan. 


Por ello no dejó de andar aprisa,

sino dijo mi padre: «Suelta el arco


del decir, que hasta el hierro tienes tenso.»


Ya entonces confiado abrí la boca,


y dije: «Cómo puede adelgazarse


allí donde comer no es necesario.»


«Si recordaras cómo Meleagro


se extinguió al extinguirse el ascua aquella


me dijo de esto no te extrañarías;


y si pensaras cómo, si te mueves,


también tu imagen dentro del espejo,


claro verás lo que parece oscuro.


Mas para que el deseo se te aquiete,


aquí está Estacio; y yo le llamo y pido


que sea el curador de tus heridas.»


«Si la visión eterna le descubro


repuso Estacio , estando tú delante,


el no poder negarme me disculpe.»


Y después comenzó: «Si mis palabras,


hijo, en la mente guardas y recibes,


darán luz a aquel "cómo" que dijiste.


La sangre pura que no es absorbida


por las venas sedientas, y se queda


cual alimento que en la mesa sobra,


toma en el corazón a cualquier miembro


la virtud de dar forma, como aquella


que a hacerse aquellos vase por las venas.


Digerida, desciende, donde es bello


más callar que decir, y allí destila


en vaso natural sobre otra sangre.


Allí se mezclan una y otra juntas,


una a sufrir dispuesta, a hacer la otra,


pues que procede de un lugar perfecto;


y una vez que ha llegado, a obrar comienza


coagulando primero, y avivando


lo que hizo consistente su materia.


Alma ya hecha la virtud activa


cual de una planta, sólo diferente


que una en camino está y otra ha llegado,


sigue obrando después, se mueve y siente,

como un hongo marino; y organiza


esas potencias de las que es semilla.


Aquí se extiende, hijo, y se despliega


la virtud que salió del corazón


del generante, y forma da a los miembros.


Mas cómo el animal se vuelve hablante


no puedes ver aún, y uno más sabio


que tú, se equivocaba en este punto,


y así con su doctrina separaba


del alma la posible inteligencia,


por no encontrarle un órgano adecuado.


A la verdad que viene abre tu pecho;


y sabrás que, tan pronto se termina


de articularle al feto su cerebro,


complacido el Primer Motor se vuelve


a esa obra de arte, en la que inspira


nuevo espíritu, lleno de virtudes,


que lo que encuentra activo aquí reúne


en su sustancia, y hace un alma sola,


que vive y siente y a sí misma mira.


Y por que no te extrañen mis palabras


mira el calor del sol que se hace vino,


junto al humor que nace de las vidas.


Cuando más lino Laquesis no tiene,


se suelta de la carne, y virtualmente


lo divino y lo humano se lo lleva.


Ya enmudecidas sus otras potencias,


inteligencia, voluntad, memoria


en acto quedan mucho más agudas.


Sin detenerse, por sí misma cae


maravillosamente en una u otra orilla;


y de antemano sabe su camino.


En cuanto ese lugar la circunscribe,


la virtud formativa irradia en torno


del mismo modo que en los miembros vivos:


y como el aire, cuanto está muy húmedo,


por otro rayo que en él se refleja,


con diversos colores se engalana;


así el aire cercano se dispone,

y en esa misma forma que le imprime


virtualmente el alma allí parada;


Y después, a la llama semejante


que sigue al fuego al sitio donde vaya,


la nueva forma al espíritu sigue.


Y como aquí recibe su aparencia,


sombra se llama; y luego aquí organiza


cualquier sentido, incluso el de la vista.


Por esta causa hablamos y reímos;


y suspiros y lágrimas hacemos


que has podido sentir por la montaña.


Según que nos afligen los deseos


y los otros afectos, toma forma


la sombra, y es la causa que te admira.»


Y ya llegado al último tormento


habíamos, y vuelto a la derecha,


y estábamos atentos a otras cosas.


Aquí dispara el muro llamaradas,


y por el borde sopla un viento a lo alto


que las rechaza y las aleja de él;


y por esto debíamos andar


por el lado de afuera de uno en uno;


y yo temía el fuego o la caída.


«Por este sitio -guía iba diciendo-


a los ojos un freno hay que ponerles,


pues errar se podría por muy poco.


Summae Deus Clamentiae en el seno


del gran ardor oí cantar entonces,


que no menos ardor dio de volverme;


y vi almas caminando por las llamas;


así que a ellas miraba y a mis pasos,


repartiendo la vista por momentos.


Una vez que aquel himno terminaron


gritaron alto: «Virum no cognosco»;


y el himno repetían en voz baja.


Y al terminar gritaban: «En el bosque


Diana se quedó y arrojó a Elice


porque probó de Venus el veneno.»


Luego a cantar volvían; y de esposas

y de maridos castos proclamaban,


cual la virtud y el matrimonio imponen.


Y de esta forma creo que les baste


en todo el tiempo que el fuego les quema:


Con tal afán conviene y en tal forma


que la postrera herida cicatrice.

Castellano, purgatorio, Canto XXIV

CANTO XXIV


Ni hablar a andar, ni andar a aquel más lento


hacía, mas hablando a prisa íbamos


cual nao que empuja un viento favorable;


y las sombras, más muertas pareciendo,


admiración ponían en las cuencas


de los ojos, sabiendo que vivía.


Y yo, continuando mis palabras


dije: «Y asciende acaso más despacio


de lo que en otro momento lo haría.


Mas dime de Piccarda, si es que sabes;


y dime si estoy viendo a alguien notable


entre esta gente que así me contempla.»


«Mi hermana, que entre hermosa y entre buena


no sé qué fuera más, alegre triunfa


en el Olimpo ya de su corona.»


Dijo primero; y luego: «Aquí podemos


a cualquiera nombrar pues tan mudado


nuestro semblante está por la abstinencia.


Ese y le señaló es Bonagiunta,


Bonagiunta de Lucca; y esa cara


a su lado, cosida más que otras.


tuvo la santa iglesia entre sus brazos:


nació en Tours, y aquí purga con ayunos


el vino y las anguilas de Bolsena


Uno por uno a muchos me nombró;


y al nombrarles contentos parecían,


y no vi ningún gesto de tristeza.


Vi por el hambre en vano usar los dientes


a Ubaldín de la Pila y Bonifacio,


que apacentara a muchos con su torre.


Vi a Maese Marqués, que ocasión tuvo


de beber en Forlí sin sequedades,


y que nunca veíase saciado.


Mas como hace el que mira y luego aprecia

más a uno que otro, hice al luqués,

que de mí más curioso parecía.


Él murmuraba, y no sé que «Gentucca»


sentía yo, donde él sentía la plaga


de la justicia que así le roía.


«Alma –dije- que tal deseo muestras


de hablar conmigo, hazlo claramente,


y a los dos satisfaz con tus palabras.»


«Hay nacida, aún sin velo, una mujer

él comenzó que hará que mi ciudad

te plazca aunque otros muchos la desprecien. 


Tú marcharás con esta profecía:


si en mi murmullo alguna duda tienes,


la realidad en claro ha de ponerlo.


Pero dime si veo a quien compuso


aquellas nuevas rimas que empezaban:


«Mujeres que el Amor bien conocéis.»


Y yo le dije: «Soy uno que cuando


Amor me inspira, anoto, y de esa forma


voy expresando aquello que me dicta.»


«¡Ah hermano, ya comprendo  dijo el nudo


que al Notario, a Guiton y a mí separa


del dulce estilo nuevo que te escucho!


Bien veo ahora cómo vuestras plumas


detrás de quien os dicta van pegadas,


lo que no sucedía con las nuestras;


y quien se ponga a verlo de otro modo


no encontrará ninguna diferencia.»


Y se calló bastante satisfecho.


Cual las aves que invernan junto al Nilo,


a veces en el aire hacen bandadas,


y luego aprisa vuelan en hilera,


así toda la gente que allí estaba,


volviendo el rostro apresuró su paso,


por su flaqueza y su deseo raudas.


Y como el hombre de correr cansado


deja andar a los otros, y pasea


hasta que calma el resollar del pecho,


dejó que le pasara la grey santa

y conmigo detrás vino Forese,

diciendo: «¿Cuándo te veré de nuevo?»


«No sé repuse-, cuánto viviré;


mas no será mi vuelta tan temprano,


que antes no esté a la orilla mi deseo;


porque el lugar donde a vivir fui puesto,


del bien, de día en día, se despoja,


y parece dispuesto a triste ruina.»


Y él: «Ánimo, pues veo al más culpable,


arrastrado a la cola de un caballo


hacia aquel valle donde no se purga.


La bestia a cada paso va más rauda,


siempre más, hasta que ella le golpea,


y deja el cuerpo vilmente deshecho.


No mucho han de rodar aquellas ruedas


y miró al cielo y claro habrá de serte


esto que más no puedo declararte.


Ahora quédate aquí, que es caro el tiempo


en este reino, y ya perdí bastante


caminando contigo paso a paso.»


Como al galope sale algunas veces


un jinete del grupo que cabalga,


por ganar honra en los primeros golpes,


con pasos aún mayores nos dejó;


y me quedé con esos dos que fueron


en el mundo tan grandes mariscales.


Y cuando estuvo ya tan adelante,


que mis ojos seguían tras de él,


como mi mente tras de sus palabras.


vi las ramas cargadas y frondosas


de otro manzano, no mucho más lejos


por haber sólo entonces hecho el giro


Vi gentes bajo aquel alzar las manos


y gritar no sé qué hacia la espesura,


como en vano anhelantes chiquitines


que piden, y a quien piden no responde,


mas por hacer sus ganas más agudas,


les muestra su deseo puesto en alto.


Luego se fueron ya desengañadas;

y nos aproximamos al gran árbol,

que tanto llanto y súplicas desdeña.


«Seguid andando y no os aproximéis:


un leño hay más arriba que mordido


fue por Eva y es éste su retoño.»


Entre las frondas no sé quién hablaba;


y así Virgilio, Estacio y yo, apretados


seguimos caminando por la cuesta.


Decía: «Recordad a los malditos


nacidos de las nubes, que, borrachos,


con dos pechos lucharon con Teseo;


y a los hebreos, por beber tan flojos,


que Gedeón no quiso de su ayuda,


cuando a Madián bajó de las colinas.»


Así arrimados a uno de los bordes,


oyendo fuimos culpas de la gula


seguidas del castigo miserable.


Ya en la senda desierta, distanciados,


más de mil pasos nos llevaron lejos,


los tres mirando sin decir palabra.


«Solos así los tres ¿qué vais pensando?»,


dijo una voz de pronto; y me agité


como un caballo joven y espantado.


Alcé mi rostro para ver quién era;


y jamás pude ver en ningún horno


vidrio o metal tan rojo y tan luciente,


como a quien vi diciendo: «Si os complace


subir, aquí debéis de dar la vuelta;


quien marcha hacia la paz, por aquí pasa.»


Me deslumbró la vista con su aspecto;

por lo que me volví hacia mis doctores,

como el hombre a quien guía lo que escucha. 


Y como, del albor anunciadora,


sopla y aroma la brisa de mayo,


de hierba y flores toda perfumada;


yo así sentía un viento por en medio


de la frente, y sentí un mover de plumas,


que hizo oler a ambrosía el aura toda.


Sentí decir: «Dichosos los que alumbra


tanto la gracia, que el amor del gusto


en su pecho no alienta demasiado,


apeteciendo siempre cuanto es justo.»

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       Ramón Guimerá Lorente Beceite blog, Beseit Beseit en chapurriau yo parlo lo chapurriau  y lo escric Chapurriau al Wordpress Lo Decame...