miércoles, 2 de septiembre de 2020

Castellano, purgatorio, canto XI

CANTO XI


«Oh padre nuestro, que estás en los cielos,


no circunscrito, sino por más grande


amor que a tus primeras obras tienes,


alabados tu nombre y tu potencia


sean de cualquier hombre, como es justo


darle gracias a tu dulce vapor.


De tu reino la paz venga a nosotros,


que nosotros a ella no alcanzarnos,


si no viene, con todo nuestro esfuerzo.


Como por gusto suyo hacen los ángeles,


cantando osanna, a ti los sacrificios,


hagan así gustosos los humanos.


El maná cotidiano danos hoy,


sin el cual por este áspero desierto


quien más quiere avanzar más retrocede.


Y al igual que nosotros las ofensas


perdonamos a todos, sin que mires


el mérito, perdónanos, benigno.


Nuestra virtud que cae tan prontamente


no ponga a prueba el antiguo enemigo,


mas líbranos de aquel que así la hostiga.


Esta última plegaria, amado Dueño,

no se hace por nosotros, ni hace falta,

mas por aquellos que detrás quedaron.»


Para ellas y nosotros buen camino


pidiendo andaban esas sombras, bajo


un peso igual al que a veces se sueña,


angustiadas en formas desiguales


y en la primera cornisa cansadas,


purgando las calígines del mundo.


Si allí bien piden siempre por nosotros,


¿aquí qué hacer y qué pedir podrían


los que en Dios han echado sus raíces?


Debemos ayudarles a lavarse


las manchas, tal que puros y ligeros


puedan ganar las estrelladas ruedas.


«Ah, la justicia y la Piedad os libren


pronto, tal que podáis mover las alas,


que os conduzcan según vuestros deseos:


mostradnos por qué parte a la escalera


más rápido se va; y, si hay más caminos,


enseñadnos aquel menos pendiente;


pues a quien me acompaña, por la carga


de la carne de Adán con que se viste,


contra su voluntad, subir le cuesta.»


Las palabras que respondieron a éstas


que había dicho aquel que yo seguía,


de quién vinieran no lo supe; pero


dijeron: «Por la orilla a la derecha


veniros, y hallaremos algún paso


que lo pueda subir un hombre vivo.


Y si no fuese un estorbo la piedra


que mi cerviz soberbia doma, y tengo


por esto que llevar el rostro gacho,


a aquel que vive aún y no se nombra,


miraría por ver si lo conozco,


para hacer que este peso compadezca.


Latino fui, de un gran toscano hijo:


Giuglielrno Aldobrandeschi fue mi padre;


no sé si conocéis el nombre suyo.


La sangre antigua y las gloriosas obras

de mis mayores, arrogancia tanta

me dieron, que ignorando a nuestra madre


común, todos los hombres despreciaba


y por ello morí; sábenlo en Siena,


y en Campagnático todos los niños.


Soy Omberto; y no sólo la soberbia


me dañó a mí , que a todos mis parientes


ha arrastrado consigo a la desgracia.


Y aquí es preciso que este peso lleve


por ella, hasta que Dios se satisfaga:


Pues no lo hice de vivo, lo hago muerto.»


Incliné al escucharle la cabeza;


y uno de ellos, no aquel que había hablado,


se volvió bajo el peso que llevaba,


y me llamó al mirarme y conocerme,


con los ojos fijados con gran pena,


pues andaba inclinado junto a ellos.


«Oh yo le dije ¿No eres Oderisi,


honra de Gubbio, y honra de aquel arte


que se llama en París iluminar?»


«Hermano dijo  ríen más las cartas


que ahora ilumina Franco, el de Bolonia;


suyo es todo el honor, y en parte, mío.


No hubiera sido yo tan generoso


mientras vivía, por el gran deseo


de superar a todos que albergaba.


De tal soberbia pago aquí la pena;


y aun no estaría aquí de no haber sido


que, pudiendo pecar, volvíme a Dios.


¡Oh, vana gloria del poder humano!


¡qué poco dura el verde de la cumbre,


si no le sigue un tiempo decadente!


Creisteis que en pintura Cimabue


tuviese el campo, y es de Giotto ahora,


y la fama de aquel ha oscurecido.


Igual un Guido al otro le arrebata


la gloria de la lengua; y nació acaso


el que arroje del nido a uno y a otro.


No es el ruido mundano más que un soplo

de viento, ahora de un lado, ahora del otro,

y muda el nombre como cambia el rumbo.


¿Qué fama has de tener, si viejo apartas


de ti la carne, como si murieras


antes de abandonar el sonajero,


cuando pasen mil años? Pues es corto


ese espacio en lo eterno, más que un guiño


en el más tardo giro de los cielos.


Aquel que va delante tan despacio


de mí, en Toscana entera era famoso;


y de él en Siena apenas cuchichean,


en donde era señor cuando abatieron

la rabia florentina, que soberbia

fue en aquel tiempo tal como ahora es puta.


Color de hierba es vuestra nombradía,


que viene y va, y el mismo la marchita


que la hace brotar verde de la tierra.»


Y yo le dije: «Tu verdad me empuja


a la humildad, y abate mi soberbia;


pero quién es aquel de quien hablabas?»


«Es respondió Provenzano Salviati:


y está aquí porque tuvo pretensiones


de llevar Siena entera entre sus manos.


Anduvo así y aún anda, sin descanso,


desde su muerte: tal moneda paga


aquel que en vida a demasiado aspira.»


Y yo: «Si aquel espíritu que deja


arrepentirse al fin de su existencia,


queda abajo y no sube sin la ayuda


de una buena oración, antes que pase


un tiempo semejante al que ha vivido,


¿Cómo le consintieron que viniese?»


«Cuando vivía más glorioso –dijo-,


en la plaza de Siena libremente


vencida su vergüenza, se plantó


y allí para salvar a cierto amigo,


en la prisión de Carlos condenado,


de tal modo actuó que tembló entero.


Más no diré y oscuro sé que hablo;


pero dentro de poco, tus vecinos


harán de modo que glosarlo puedas.


Esta acción le sacó de esos confines.»

Castellano, purgatorio, canto X

CANTO X


Y al cruzar el umbral de aquella puerta


que el mal amor del alma hace tan rara,


pues que finge derecho el mal camino,


resonando sentí que la cerraban;


y si la vista hubiese vuelto a ella,


¿con qué excusara falta semejante?


Ascendimos por una piedra hendida,

que se movía de uno y de otro lado

como la ola que huye y se aleja.


«Aquí es preciso usar de la destreza


dijo mi guía y que nos acerquemos


aquí y allá del lado que se aparta.»


Y esto nos hizo retardar el paso,


tanto que antes el resto de la luna


volvió a su lecho para cobijarse,


que aquel desfiladero abandonásemos;


mas al estar ya libres y a lo abierto,


donde el monte hacia atrás se replegaba,


cansado yo, y los dos sobre la ruta


inciertos, nos paramos en un sitio


más solo que un camino en el desierto.


Desde el borde que cae sobre el vacío,


al pie del alto farallón que asciende,


tres veces mediría el cuerpo humano;


y hasta donde alcanzaba con los ojos,


por el derecho y el izquierdo lado,


esa cornisa igual me parecía.


Nuestros pies no se habían aún movido


cuando noté que la pared aquella,


que no daba derecho de subida,


era de mármol blanco y adornado


con relieves, que no ya a Policleto,


a la naturaleza vencerían.


El ángel que a la tierra trajo anuncio


de aquella paz llorada tantos años,


que abrió los cielos tras veto tan largo,


tan verdadero se nos presentaba


aquí esculpido en gesto tan suave,


que imagen muda no nos parecía.


Jurado habría que él decía: «¡Ave!»


porque representada estaba aquella


que tiene llave del amor supremo;


e impresas en su gesto estas palabras


“Ecce ancilla Dei”, del modo


con que en cera se imprime una figura.


«En un lugar tan sólo no te fijes


dijo el dulce maestro, que en el lado

donde se tiene el corazón me puso.


Por lo que yo volví la vista, y vi


tras de María, por aquella parte


donde se hallaba quien me dirigía,


otra historia en la roca figurada;


y me acerqué, cruzando ante Virgilio,


para verla mejor ante mis ojos.


Allí en el mismo mármol esculpido


estaban carro y bueyes con el arca


que hace temible el no mandado oficio.


Delante había gente; y toda ella


en siete coros, que mis dos sentidos


uno decía: «No», y otro: «Sí canta.»


Y al igual con el humo del incienso


representado, la nariz y el ojo


entre el no y entre el sí tuvieron pugna.


Ante el bendito vaso daba brincos


el humilde salmista arremangado,


más y menos que rey en ese instante.


Frente a él, figurada en la azotea,


de un gran palacio, Micol se asombraba


como mujer despreciativa y triste.


Moví los pies del sitio en donde estaba,


para ver otra historia más de cerca,


que detrás de Micol resplandecía.


Aquí estaba historiada la alta gloria


del principe romano, a quien Gregorio


hizo por sus virtudes victorioso;


hablo de aquel emperador Trajano;


y de una viuda que cogióle el freno,


de dolor traspasada y de sollozos.


Había en torno a él gran muchedumbre


de caballeros, y las águilas áureas


sobre ellos se movían con el viento.


La pobrecilla entre todos aquellos


parecía decir: «Dame venganza,


señor, de mi hijo muerto, que me aflige.»


Y él que le contestaba: «Aguarda ahora


a mi regreso»; y ella: « Señor mío

como alguien del dolor impacientado ,


¿y si no vuelves?» y él: «Quien en mi puesto


esté, lo hará»; y ella: « El bien que otro haga


¿qué te importa si el tuyo has olvidado?»


Por lo cual él: «Consuélate; es preciso


que cumpla mi deber antes de irme:


la piedad y justicia me retienen.»


Aquel que nunca ha visto cosas nuevas


fue quien produjo aquel hablar visible,

nuevo a nosotros pues que aquí no se halla.


Mientras yo me gozaba contemplando


los simulacros de humildad tan grande,


más gratos aún de ver por su artesano,


«Por acá vienen, mas con lentos pasos


murmuraba el poeta muchas gentes:


éstas podrán llevamos más arriba.»


Mis ojos, que en mirar se complacían


por ver lá novedad que deseaban,


en volverse hacia él no fueron lentos.


Mas no quiero lector desanimarte


de tus buenos propósitos si escuchas


cómo desea Dios cobrar las deudas.


No atiendas a la forma del martirio:


piensa en lo que vendrá; y que en el peor caso,

de quien saldrá la mariposa angélica


que a la justicia sin reparos vuela?


¿de qué se ensorberbecen vuestras almas,


si cual insectos sois defectuosos,


gusanos que no llegan a formarse?


Como por sustentar suelo o tejado,


por ménsulas a veces hay figuras


cuyas rodillas llegan hasta el pecho,


que sin ser de verdad causan angustia


verdadera en aquellos que las miran;


así los vi al mirarles más atento.


Cierto que más o menos contraídas,


según el peso que portando estaban;


y aún aquel más paciente parecía


decir llorando: «Ya no lo resisto.»

Castellano, purgatorio, canto IX

CANTO IX


Del anciano Titón la concubina


emblanquecía en el balcón de oriente,


fuera ya de los brazos de su amigo;


en su frente las gemas relucían


puestas en forma del frío animal


que con la cola a la gente golpea;


la noche, de los pasos con que asciende,


dos llevaba en el sitio en donde estábamos,


y el tercero inclinaba ya las alas;


cuando yo, que de Adán algo conservo,


adormecido me tumbé en la hierba


donde los cinco estábamos sentados.


Cuando a sus tristes layes da comienzo


la golondrina al tiempo de alborada,


acaso recordando el primer llanto,


y nuestra mente, menos del pensar


presa, y más de la carne separada,


casi divina se hace a sus visiones,


creí ver, en un sueño, suspendida


un águila en el cielo, de áureas plumas,


con las alas abiertas y dispuesta


a descender, allí donde a los suyos


dejara abandonados Ganimedes,


arrebatado al sumo consistorio.


¡Acaso caza ésta por costumbre


aquí –pensé-, y acaso de otro sitio


desdeña arrebatar ninguna presa!


Luego me pareció que, tras dar vueltas,


terrible como el rayo descendía,


y que arriba hasta el fuego me llevaba.


Allí me pareció que ambos ardíamos;


y el incendio soñado me quemaba


tanto, que el sueño tuvo que romperse.


No de otro modo se inquietara Aquiles,


volviendo en torno los despiertos ojos


y no sabiendo dónde se encontraba,


cuando su madre de Quirón a Squira

en sus brazos dormido le condujo,

donde después los griegos lo sacaron;


cual yo me sorprendí, cuando del rostro


el sueño se me fue, y me puse pálido,


como hace el hombre al que el espanto hiela. 


Sólo estaba a mi lado mi consuelo,


y el sol estaba ya dos horas alto,


y yo la cara al mar tenía vuelta.


«No tengas miedo mi señor me dijo ;


cálmate, que a buen puerto hemos llegado;


no mengües, mas alarga tu entereza.


Acabas de llegar al Purgatorio:


ve la pendiente que en redor le cierra;


y ve la entrada en donde se interrumpe.


Antes, al alba que precede al día,


cuando tu alma durmiendo se encontraba,


sobre las flores que aquel sitio adornan,


vino una dama, y dijo: «Soy Lucía;


deja que tome a éste que ahora duerme;


así le haré más fácil el camino.»


Sordello se quedó, y las otras formas;


Te cogió y cuando el día clareaba,


vino hacia arriba y yo tras de tus pasos.


Te dejó aquí, mas me mostraron antes


sus bellos ojos esa entrada; y luego


ella y tu sueño a una se marcharon.»


Como un hombre que sale de sus dudas


y que cambia en sosiego sus temores,


después que la verdad ha descubierto,


cambié yo; y como sin preocupaciones


me vio mi guía, por la escarpadura


anduvo, y yo tras él hacia lo alto.


Lector, observarás cómo realzo


mis argumentos, y aún con más arte


si los refuerzo, no te maravilles.


Nos acercamos hasta el mismo sitio


que antes me había parecido roto,


como una brecha que un muro partiera,


vi una puerta, y tres gradas por debajo

para alcanzarla, de colores varios,

y un portero que aún nada había dicho.


Y como yo aún los ojos más abriera,


le vi sentado en la grada más alta,


con tal rostro que no pude mirarlo;


y una espada tenía entre las manos,


que los rayos así nos reflejaba,


que en vano a ella dirigí mi vista.


«Decidme desde allí: ¿Qué deseáis


él comenzó a decir ¿y vuestra escolta?


No os vaya a ser dañosa la venida.»


«Una mujer del cielo, que esto sabe,


le respondió el maestro nos ha dicho


antes, id por allí, que está la puerta.»


«Y ella bien ha guiado vuestros pasos


cortésmente el portero nos repuso :


venid pues y subid los escalones.


Allí subimos; y el primer peldaño


era de mármol blanco y tan pulido,


que en él me espejeé tal como era.


Era el segundo oscuro más que el perso


hecho de piedra áspera y reseca,


agrietado a lo largo y a lo ancho.


El tercero que encima descansaba,


me pareció tan llameante pórfido,


cual la sangre que escapa de las venas.


Encima de éste colocaba el ángel


de Dios, sus plantas, al umbral sentado,


que piedra de diamante parecía.


Por los tres escalones, de buen grado,


el guía me llevó, diciendo: «Pide


humildemente que abran el cerrojo.»


A los pies santos me arrojé devoto;


y pedí que me abrieran compasivos,


mas antes di tres golpes en mi pecho.


Siete P, con la punta de la espada,


en mi frente escribió: «Lavar procura


estas manchas me dijo cuando entres.»


La ceniza o la tierra seca eran


del color mismo de sus vestiduras;


y de debajo se sacó dos llaves.


Era de plata una y la otra de oro;


con la blanca y después con la amarilla


algo que me alegró le hizo a la puerta.


«Cuando cualquiera de estas llaves falla,


y no da vueltas en la cerradura


dijo él esta entrada no se abre.


Más rica es una; pero la otra, antes


de abrir, requiera más ingenio y arte,


porque es aquella que el nudo desata.


Me las dio Pedro; y díjome que errase


antes en el abrirla que en cerrarla,


mientras la gente en tierra se prosterne.»


Después empujó la puerta sagrada,


diciéndonos: «Entrad, pero os advierto


que vuelve afuera aquel que atrás mirase.»


Y al girar en sus goznes las esquinas


de aquellas sacras puertas, que de fuertes


y sonoros metales están hechas,

no rechinó ni se mostró tan dura


Tarpeya, cuando al bueno de Metelo


la arrebataron, y quedó arruinada.


Yo me volví con el sonar primero,


y Te Deum Laudamus parecía


escucharse en la voz y en dulces sones.


Tal imagen al punto me venía

de lo que oía, como la que suele

cuando cantar con órgano se escucha;

que ahora no, que ahora sí, se entiende el texto.

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       Ramón Guimerá Lorente Beceite blog, Beseit Beseit en chapurriau yo parlo lo chapurriau  y lo escric Chapurriau al Wordpress Lo Decame...