martes, 1 de septiembre de 2020

Castellano, purgatorio, canto III

CANTO III


Por más que aquella huida repentina


por la llanura a todos dispersara,


hacia el monte en que aguija la justicia,


a mi fiel compañero me arrimé:


¿pues cómo habría yo sin él corrido?


¿Quién por el monte hubiérame llevado?


Le creí descontento de sí mismo:


¡Oh qué digna y qué pura concïencia


con qué amargor te muerde un leve fallo!


Cuando sus pies dejaron de ir aprisa,


que a cualquier acto quítale el decoro,


mi pensamiento, empecinado antes,


reanudó su discurso, deseoso,


y dirigí mis ojos hacia el monte


que al cielo más se eleva de las aguas.


El sol, que atrás en rojo flameaba,

se rompia delante de mi cuerpo,


pues sus rayos en mí se detenían.


Me volví hacia los lados temeroso


de estar abandonado, cuando vi


sólo ante mí la tierra oscurecida;


y: «¿Por qué desconfías? mi consuelo

volviéndose hacia mí empezó a decirme -

¿no crees que te acompaño y que te guío?  


Es ya la tarde donde sepultado


está aquel cuerpo en el que sombra hacía;


no en Brindis, sino en Nápoles se encuentra. 


Por lo cual si ante mí nada se ensombra,


no debes extrañarte, igual que el cielo


no detiene el camino de los rayos.


Por sufrir penas, frías y calientes,


Dios ha dispuesto cuerpos semejantes,


de modo que no quiere revelarnos.


Loco es quien piense que nuestra razón


pueda seguir por la infinita senda


que sigue una sustancia en tres personas.


Os baste con el quía, humana prole;


pues, si hubierais podido verlo todo,


ocioso fuese el parto de María;


y tú has visto sin frutos desearlo


a tales que aquietaran su deseo,


que eternamente ahora les enluta:


de Aristóteles hablo y de Platón


y aun de otros más»; y aquí inclinó la frente,


y más no dijo y quedóse turbado.


Llegamos entretanto al pie del monte;

tan escarpadas estaban las rocas,

que en vano habría piernas bien dispuestas.


Entre Rurbia y Lerice el más desierto,


el más roto barranco, es escalera,


comparado con éste, abierta y fácil.


«¿Ahora quién sabe en donde la pendiente


deteniéndose, dijo mi maestro-


pueda subir aquel que va sin alas?»


Y mientras meditaba con la vista

baja, sobre la suerte del camino,


y yo miraba arriba del peñasco,


a mano izquierda apareció una turba


de almas que venía hacia nosotros,


mas tan lentos que no lo parecía.


«Alza dije maestro, la mirada:


hay aquí quien podrá darnos consejo,


si no puedes tenerlo por ti mismo.»


Entonces miró, y con el rostro sereno


me dijo: «Vamos pues, que vienen lentos;


y afirma la esperanza, dulce hijo.»


Tan lejos aún estaba aquella gente,


luego de haber mil pasos caminado,


como un buen lanzador alcanzaria,


cuando a las duras peñas se arrimaron


de la alta sima, quietos y apretados,


cual caminante que dudoso mira.


«Felices muertos, almas elegidas


Virgilio dijo por la paz aquella


que todos esperáis, según bien creo,


decidnos dónde baja la montaña,


para poder subir; pues más disgusta


perder el tiempo a quien su precio sabe.»


Cual salen del redil las ovejillas


de una, de dos, de tres y temerosas


están las otras, vista y morro en tierra;


y lo que la primera hacen las otras,


acercándose a ella si se para,


simples y calmas, y el porqué no saben;


así vi que venía la cabeza


de aquella grey afortunada entonces,


con recatado andar y rostro honesto.


Al ver los de delante interrumpida


la luz en tierra a mi derecho flanco


desde mí hasta la roca haciendo sombra,


se detuvieron, y hacia atrás se echaron,


y todos esos que detrás venían,


no sabiendo por qué, lo mismo hicieron.


«Sin que lo preguntéis yo os comunico

que este cuerpo que veis es cuerpo humano;


por lo que el sol ha interceptado en tierra.


No os debéis asombrar, pero creedme


que no sin que lo quieran en el cielo


estas paredes escalar pretende.»


Así el maestro; y esas dignas gentes:


«Volved dijeron y seguid un poco»,


haciéndonos señales con la mano.


Y uno de aquéllos empezó: «Quien quiera


que seas, vuelve el rostro mientras andas:


recuerda si me viste en la otra vida.»


Volví la vista a él muy fijamente


rubio era y bello y de gentil aspecto,


mas un tajo una ceja le partía.


Cuando con humildad hube negado


haberle visto nunca, él dijo: «Mira»


y mostróme una llaga sobre el pecho.


Luego sonriendo dijo: «Soy Manfredo:


la emperatriz Constanza fue mi abuela;


y te suplico que, cuando regreses,


le digas a mi hermosa hija, madre


del honor de Aragón y de Sicilia,


la verdad, si es que cuentan de otro modo.


Después de ser mi cuerpo atravesado


por dos golpes mortales, me volví


llorando a quien perdona de buen grado.


Abominables mis pecados fueron


mas tan gran brazo tiene la bondad


infinita, que acoge a quien la implora.


Si el pastor de Cosenza, que a mi caza


entonces fue enviado por Clemente,


la página divina comprendiera,


los huesos de mi cuerpo aún estarían


al pie del puente junto a Benevento,


y por pesadas piedras custodiados.


Mas los baña la lluvia y mueve el viento,


fuera del reino, casi junto al Verde,


donde él los trasladó sin luz alguna.


Mas por su maldición, nunca se pierde,


sin que pueda volver, el infinito


amor, mientras florezca la esperanza.


Verdad es que quien muere contumaz,


con la Iglesia, aunque al fin arrepentido,


fuera debe de estar de esta montaña,


treinta veces el tiempo que viviera


en esa presunción, si tal decreto


no se acorta con buenas oraciones.


Piensa pues lo dichoso que me harías,


a mi buena Constanza revelando


cómo me has visto, y esta prohibición:


que aquí, por los de allá, mucho se avanza.

Divina Comedia, castellano, purgatorio, canto II

CANTO II


Ya había el sol llegado al horizonte


que cubre con su cerco meridiano


Jerusalén en su más alto punto;


y la noche, que a él opuesta gira,


del Ganges se salía con aquellas


balanzas, que le caen cuando ha triunfado;


tal que la blanca y sonrosada cara,


donde yo estaba, de la bella Aurora


mientras crecía se tornaba de oro.


A la orilla del mar nos encontrábamos,


como aquel que pensara su camino,


que va en corazón y en cuerpo se queda.


Y entonces, cual del alba sorprendido,

por el denso vapor Marte enrojece

sobre el lecho del mar por el poniente,


tal se me apareció, y así aún la viera,


una luz que en el mar tan rauda iba,


que al suyo ningún vuelo se parece.


Y separando de ella unos instantes


los ojos, a mi guía preguntando,


la vi de nuevo más luciente y grande.


Apareció después a cada lado


un no sabía qué blanco, y debajo


poco a poco otra cosa también blanca.


Nada el maestro aún había dicho,


cuando vi que eran alas lo primero;


y cuando supo quién era el piloto,


me gritó: « Dobla, dobla las rodillas.


Mira el ángel de Dios: junta las manos,


verás a muchos de estos oficiales.


Ve que desdeña los humanos medios,


y no quiere más remo ni más velas


entre orillas remotas, que sus alas.


Mira cómo las alza hacia los cielos


moviendo el aire con eternas plumas,


que cual mortal cabello no se mudan.»


Después al acercarse más y más


el pájaro divino, era más claro:


y pues de cerca no lo soportaban


los ojos, me incliné, y llegó a la orilla


con una barca tan ligera y ágil,


que parecía no cortar el agua.


A popa estaba el celestial barquero,


cual si la beatitud llevara escrita;


y dentro había más de cien espíritus.


«In exitu Israel de Aegipto»


cantaban todos juntos a una voz,


y todo lo que sigue de aquel salmo.


Después les hizo el signo de la cruz;


y todos se lanzaron a la playa:


y él se marchó tan veloz como vino.


La turba que quedó, muy sorprendida

pareció del lugar, mirando en torno

como aquel que contempla cosas nuevas.


De todas partes asaeteaba al día


el sol, que había echado con sus flechas


de la mitad del cielo a Capricornio,


cuando la nueva gente alzó la cara


a nosotros, diciendo: «Si sabéis,


mostradnos el camino que va al monte


Y respondió Virgilio: « Estáis pensando


que este sitio nosotros conocemos;


mas peregrinos somos de igual forma.


Llegamos poco antes que vosotros,


por camino tan áspero y tan fuerte,


que ahora el subir parece un simple juego.»


Las almas que se dieron cuenta entonces


por mi respiración, de que vivía,


maravilladas, empalidecieron.


Y como al mensajero que el olivo


trae, va la gente para oír noticias,


y de apretarse esquivos no se muestran,


así a mi vista se agolparon todas


aquellas almas apesadumbradas,


casi olvidando el ir a hacerse bellas.


Y yo vi que una de ellas se acercaba


para abrazarme, con tan grande afecto,


que me movió a que hiciese yo lo mismo.


¡Ah vanas sombras, salvo la apariencia!


tres veces por detrás pasé mis brazos,


y tantas otras los volví a mi pecho.


Creo que enrojecí, maravillado,


y sonrió la sombra y se alejaba,


y yo me fui detrás para seguirla.


Suavemente me dijo que parase;


supe entonces quién era, y le rogué


que, para hablarme, allí se detuviera.


«Así me respondió como te amaba


en el cuerpo mortal, libre te amo:


por eso me detengo; y tú ¿qué haces?»


«Por volver otra vez, Cassella mío,

adonde estoy, viajo; mas ¿por qué

le dije tantas horas te han quitado?»


Y él a mí: «No me hicieron injusticia,


si aquel que lleva cuándo y a quien quiere,


me ha negado el pasaje muchas veces;


de justa voluntad sale la suya:


mas desde hace tres meses ha traído


a quien quisiera entrar, sin oponerse.


Por lo que yo, que estaba en la marina


donde el agua del Tíber sal se hace,


benignamente fui por él llevado.


El vuelo a aquella desembocadura


dirigió, pues que siempre se congregan


allí los que a Aqueronte no descienden.»


Y yo: «Si no te quitan nuevas leyes


la memoria o el uso de los cantos


de amor, que mis deseos aquietaban,


con ellos té suplico que consueles


mi alma que, viniendo con mi cuerpo


a este lugar, se encuentra muy angustiada.»


El amor que en la mente me razona


entonces comenzó tan dulcemente,


que en mis adentros oigo aún la dulzura.


Mi maestro y yo y aquellas gentes


que estaban junto a él, tan complacidas


parecían, que en nada más pensaban.


Todos pendientes y fijos estábamos


de sus notas; y el viejo venerable


nos gritó: «¿Qué sucede, lentas almas?


¿qué negligencia, qué esperar es éste?


corred al monte a echar las impurezas


que no os permiten contemplar a Dios.»


Como cuando al coger avena o mijo,


las palomas rodean el sustento,


quietas y sin mostrar su usado orgullo,


si algo sucede que las amedrenta,


súbitamente dejan la comida,


pues un mayor cuidado las asalta;


yo vi a aquella mesnada recién hecha

dejar el canto y escapar al monte,

como quien va y no sabe dónde acabe:

no fue nuestra partida menos presta.



La Divina Comedia, castellano, purgatorio, canto I

CANTO I


Por surcar mejor agua alza las velas


ahora la navecilla de mi ingenio,


que un mar tan cruel detrás de sí abandona;


y cantaré de aquel segundo reino


donde el humano espíritu se purga


y de subir al cielo se hace digno.


Mas renazca la muerta poesía,


oh, santas musas, pues que vuestro soy; .


y Calíope un poco se levante,


mi canto acompañando con las voces


que a las urracas míseras tal golpe


dieron, que del perdón desesperaron.


Dulce color de un oriental zafiro,


que se expandía en el sereno aspecto


del aire, puro hasta la prima esfera,


reapareció a mi vista deleitoso,


en cuanto que salí del aire muerto,


que vista y pecho contristado había.


El astro bello que al amor invita


hacía sonreir todo el oriente,


y los Peces velados lo escoltaban.


Me volví a la derecha atentamente,


y vi en el otro polo cuatro estrellas


que sólo vieron las primeras gentes.


Parecía que el cielo se gozara


con sus luces: ¡Oh viudo septentrión,


ya que de su visión estás privado!


Cuando por fin dejé de contemplarlos


dirigiéndome un poco al otro polo,


por donde el Carro desapareciera,


vi junto a mí a un anciano solitario,


digno al verle de tanta reverencia,


que más no debe a un padre su criatura.


Larga la barba y blancos mechones


llevaba, semejante a sus cabellos,


que al pecho en dos mechones le caían.


Los rayos de las cuatro luces santas


llenaban tanto su rostro de luz,


que le veía como al Sol de frente.


¿Quién sois vosotros que del ciego río


habéis huido la prisión eterna?


dijo moviendo sus honradas plumas.


¿Quién os condujo, o quién os alumbraba,


al salir de esa noche tan profunda,


que ennegrece los valles del infierno?


¿Se han quebrado las leyes del abismo?


¿o el designio del cielo se ha mudado


y venís, condenados, a mis grutas?»


Entonces mi maestro me empujó,


y con palabras, señales y manos


piernas y rostro me hizo reverentes.


Después le respondió: «Por mí no vengo.


Bajó del cielo una mujer rogando


que, acompañando a éste, le ayudara.


Mas como tu deseo es que te explique


más ampliamente nuestra condición,


no puede ser el mío el ocultarlo.


Éste no ha visto aún la última noche;


mas estuvo tan cerca en su locura,


que le quedaba ya muy poco tiempo.


Y a él, como te he dicho, fui enviado


para salvarle; y no había otra ruta


más que esta por la cual le estoy llevando.


Le he mostrado la gente condenada;


y ahora pretendo las almas mostrarle


que están purgando bajo tu mandato.


Es largo de contar cómo lo traje;


bajó del Alto virtud que me ayuda


a conducirlo a que te escuche y vea.


Dignate agradecer que haya venido:


busca la libertad, que es tan preciada,


cual sabe quien a cambio da la vida.


Lo sabes, pues por ella no fue amarga

en Utica tu muerte; allí dejaste


la veste que radiante será un día.


No hemos quebrado las eternas leyes,


pues éste vive y Minos no me ata;


soy de la zona de los castos ojos


de tu Marcia, que sigue suplicando


que la tengas por tuya, oh santo pecho:


en nombre de su amor, senos benigno.


Deja que andemos por tus siete reinos;


le mostraré nuestro agradecimiento,


si quieres que te nombre allí debajo.»


«Tan placentera Marcia fue a mis ojos


mientras que estuve allí dijo él entonces


que cuanto me pidió le concedía.


Ahora que vive tras el río amargo,


no puede ya moverme, por la ley


que cuando me sacaron fue dispuesta.


Mas si te manda una mujer del cielo,


como has dicho, lisonjas no precisas:


basta en su nombre pedir lo que quieras.


Puedes marchar, mas haz que éste se ciña


con un delgado junco y lave el rostro,


y que se limpie toda la inmundicia;


porque no es conveniente que cubierto


de niebla alguna, vaya hasta el primero


de los ministros ya del Paraíso.


En todo el derredor de aquella islita,


allí donde las olas la combaten,


crecen los juncos sobre el blanco limo:


ninguna planta que tuviera fronda


o que dura se hiciera, viviría,


pues no soportaría sus embates.


Luego no regreséis por este sitio;


el sol os mostrará, que surge ahora,


del monte la subida más sencilla.»


Él desapareció; y me levanté


sin hablar, acercándome a mi guía,


dirigiéndole entonces la mirada.


Él comenzó: «Sigue mis pasos, hijo:

volvamos hacia atrás, que esta llanura


va declinando hasta su último margen.»


Vencía el alba ya a la madrugada


que escapaba delante, y a lo lejos


divisé el tremolar de la marina.


Por la llanura sola caminábamos

como quien vuelve a la perdida senda,


y hasta encontrarla piensa que anda en vano. 


Cuando llegamos ya donde el rocío


resiste al sol, por estar en un sitio


donde, a la sombra, poco se evapora,


ambas manos abiertas en la hierba


suavemente puso mi maestro:


y yo, que de su intento me di cuenta,


volví hacia él mi rostro enlagrimado;


y aquí me descubrió completamente


aquel color que me escondió el infierno.


Llegamos luego a la desierta playa,


que nadie ha visto navegar sus aguas,


que conserve experiencias del regreso.


Me ciñó como el otro había dicho:


¡oh maravilla! pues cuando él cortó


la humilde planta, volvió a nacer otra


de donde la arrancó, súbitamente.

Portfolio

       Ramón Guimerá Lorente Beceite blog, Beseit Beseit en chapurriau yo parlo lo chapurriau  y lo escric Chapurriau al Wordpress Lo Decame...