martes, 1 de septiembre de 2020

La Divina Comedia, castellano, CANTO XXXIV

CANTO XXXIV


«Vexilla regis prodeunt inferni


contra nosotros, mira, pues, delante


dijo el maestro a ver si los distingues.»


Como cuando una espesa niebla baja,


o se oscurece ya nuestro hemisferio,


girando lejos vemos un molino,


una máquina tal creí ver entonces;


luego, por aquel viento, busqué abrigo


tras de mi guía, pues no hallé otra gruta.


Ya estaba, y con terror lo pongo en verso,


donde todas las sombras se cubrían,


traspareciendo como paja en vidrio:


Unas yacen; y están erguidas otras,


con la cabeza aquella o con las plantas;


otra, tal arco, el rostro a los pies vuelve.


Cuando avanzamos ya lo suficiente,


que a mi maestro le plació mostrarme


la criatura que tuvo hermosa cara,


se me puso delante y me detuvo,


«Mira a Dite diciendo , y mira el sitio


donde tendrás que armarte de valor.»


De cómo me quedé helado y atónito,


no lo inquieras, lector, que no lo escribo,


porque cualquier hablar poco sería.


Yo no morí, mas vivo no quedé:


piensa por ti, si algún ingenio tienes,


cual me puse, privado de ambas cosas.


El monarca del doloroso reino,

del hielo aquel sacaba el pecho afuera;


y más con un gigante me comparo,


que los gigantes con sus brazos hacen:


mira pues cuánto debe ser el todo


que a semejante parte corresponde.


Si igual de bello fue como ahora es feo,


y contra su hacedor alzó los ojos,


con razón de él nos viene cualquier luto.


¡Qué asombro tan enorme me produjo


cuando vi su cabeza con tres caras!


Una delante, que era toda roja:


las otras eran dos, a aquella unidas


por encima del uno y otro hombro,


y uníanse en el sitio de la cresta;


entre amarilla y blanca la derecha


parecia; y la izquierda era tal los que


vienen de allí donde el Nilo discurre.


Bajo las tres salía un gran par de alas,


tal como convenía a tanto pájaro:


velas de barco no vi nunca iguales.


No eran plumosas, sino de murciélago


su aspecto; y de tal forma aleteaban,


que tres vientos de aquello se movían:


por éstos congelábase el Cocito;


con seis ojos lloraba, y por tres barbas


corría el llanto y baba sanguinosa.


En cada boca hería con los dientes


a un pecador, como una agramadera,


tal que a los tres atormentaba a un tiempo.


Al de delante, el morder no era nada


comparado a la espalda, que a zarpazos


toda la piel habíale arrancado.


«Aquella alma que allí más pena sufre


dijo el maestro es Judas Iscariote,


con la cabeza dentro y piernas fuera.


De los que la cabeza afuera tienen,


quien de las negras fauces cuelga es Bruto:


¡mirale retorcerse! ¡y nada dice!


Casio es el otro, de aspecto membrudo.

Mas retorna la noche, y ya es la hora


de partir, porque todo ya hemos visto.»


Como él lo quiso, al cuello le abracé;


y escogió el tiempo y el lugar preciso,


y, al estar ya las alas bien abiertas,


se sujetó de los peludos flancos:


y descendió después de pelo en pelo,


entre pelambre hirsuta y costra helada.


Cuando nos encontramos donde el muslo


se ensancha y hace gruesas las caderas,


el guía, con fatiga y con angustia,


la cabeza volvió hacia los zancajos,


y al pelo se agarró como quien sube,


tal que al infierno yo creí volver.


«Cógete bien, ya que por esta escala


dijo el maestro exhausto y jadeante


es preciso escapar de tantos males.»


Luego salió por el hueco de un risco,


y junto a éste me dejó sentado;


y puso junto a mí su pie prudente.


Yo alcé los ojos, y pensé mirar


a Lucifer igual que lo dejamos,


y le vi con las piernas para arriba;


y si desconcertado me vi entonces,


el vulgo es quien lo piensa, pues no entiende


cuál es el trago que pasado había.


«Ponte de pie me dijo mi maestro :


la ruta es larga y el camino es malo,


y el sol ya cae al medio de la tercia.»


No era el lugar donde nos encontrábamos


pasillo de palacio, mas caverna


que poca luz y mal suelo tenía.


«Antes que del abismo yo me aparte,


maestro dije cuando estuve en pie ,


por sacarme de error háblame un poco:


¿Dónde está el hielo?, ¿y cómo éste se encuentra


tan boca abajo, y en tan poco tiempo,


de noche a día el sol ha caminado?»


Y él me repuso: « Piensas todavía

que estás allí en el centro, en que agarré


el pelo del gusano que perfora


el mundo: allí estuviste en la bajada;


cuando yo me volví, cruzaste el punto


en que converge el peso de ambas partes:


y has alcanzado ya el otro hemisferio


que es contrario de aquel que la gran seca


recubre, en cuya cima consumido


fue el hombre que nació y vivió sin culpa;


tienes los pies sobre la breve esfera


que a la Judea forma la otra cara.


Aquí es mañana, cuando allí es de noche:


y aquél, que fue escalera con su pelo,


aún se encuentra plantado igual que antes.


Del cielo se arrojó por esta parte;


y la tierra que aquí antes se extendía,


por miedo a él, del mar hizo su velo,


y al hemisferio nuestro vino; y puede


que por huir dejara este vacío


eso que allí se ve, y arriba se alza.»


Un lugar hay de Belcebú alejado


tanto cuanto la cárcava se alarga,


que el sonido denota, y no la vista,


de un arroyuelo que hasta allí desciende


por el hueco de un risco, al que perfora


su curso retorcido y sin pendiente.


Mi guía y yo por esa oculta senda


fuimos para volver al claro mundo;


y sin preocupación de descansar,


subimos, él primero y yo después,


hasta que nos dejó mirar el cielo


un agujero, por el cual salimos


a contemplar de nuevo las estrellas.

lunes, 31 de agosto de 2020

La Divina Comedia, castellano, Canto XXXIII

CANTO XXXIII


De la feroz comida alzó la boca


el pecador, limpiándola en los pelos


de la cabeza que detrás roía.


Luego empezó: «Tú quieres que renueve


el amargo dolor que me atenaza


sólo al pensarlo, antes que de ello hable.


Mas si han de ser simiente mis palabras


que dé frutos de infamia a este traidor


que muerdo, al par verás que lloro y hablo.


Ignoro yo quién seas y en qué forma


has llegado hasta aquí, mas de Florencia

de verdad me pareces al oírte.


Debes saber que fui el conde Ugolino


y este ha sido Ruggieri, el arzobispo;


por qué soy tal vecino he de contarte.


Que a causa de sus malos pensamientos,


y fiándome de él fui puesto preso


y luego muerto, no hay que relatarlo;


mas lo que haber oído no pudiste,


quiero decir, lo cruel que fue mi muerte,


escucharás: sabrás si me ha ofendido.


Un pequeño agujero de «la Muda»


que por mí ya se llama «La del Hambre»,


y que conviene que a otros aún encierre,


enseñado me había por su hueco


muchas lunas, cuando un mal sueño tuve


que me rasgó los velos del futuro.


Éste me apareció señor y dueño,


a la caza del lobo y los lobeznos


en el monte que a Pisa oculta Lucca.


Con perros flacos, sabios y amaestrados,


los Gualandis, Lanfrancos y Sismondis


al frente se encontraban bien dispuestos.


Tras de corta carrera vi rendidos


a los hijos y al padre, y con colmillos


agudos vi morderles los costados.


Cuando me desperté antes de la aurora,


llorar sentí en el sueño a mis hijitos


que estaban junto a mí, pidiendo pan.


Muy cruel serás si no te dueles de esto,


pensando lo que en mi alma se anunciaba:


y si no lloras, ¿de qué llorar sueles?


Se despertaron, y llegó la hora


en que solían darnos la comida,


y por su sueño cada cual dudaba.


Y oí clavar la entrada desde abajo


de la espantosa torre; y yo miraba


la cara a mis hijitos sin moverme.


Yo no lloraba, tan de piedra era;


lloraban ellos; y Anselmuccio dijo:


«Cómo nos miras, padre, ¿qué te pasa?»


Pero yo no lloré ni le repuse


en todo el día ni al llegar la noche,


hasta que un nuevo sol salía a mundo.


Como un pequeño rayo penetrase


en la penosa cárcel, y mirara


en cuatro rostros mi apariencia misma,


ambas manos de pena me mordía;


y al pensar que lo hacía yo por ganas


de comer, bruscamente levantaron,


diciendo: « Padre, menos nos doliera


si comes de nosotros; pues vestiste


estas míseras carnes, las despoja.»


Por más no entristecerlos me calmaba;


ese día y al otro nada hablamos:


Ay, dura tierra, ¿por qué no te abriste?


Cuando hubieron pasado cuatro días,


Gaddo se me arrojó a los pies tendido,


diciendo: «Padre, ¿por qué no me ayudas?»


Allí murió: y como me estás viendo,


vi morir a los tres uno por uno


al quinto y sexto día; y yo me daba


ya ciego, a andar a tientas sobre ellos.


Dos días les llamé aunque estaban muertos:


después más que el dolor pudo el ayuno.»


Cuando esto dijo, con torcidos ojos


volvió a morder la mísera cabeza,


y los huesos tan fuerte como un perro.


¡Ah Pisa, vituperio de las gentes


del hermoso país donde el «sí» suena!,


pues tardos al castigo tus vecinos,


muévanse la Gorgona y la Capraia,


y hagan presas allí en la hoz del Arno,


para anegar en ti a toda persona;


pues si al conde Ugolino se acusaba


por la traición que hizo a tus castillos,


no debiste a los hijos dar tormento.


Inocentes hacía la edad nueva,


nueva Tebas, a Uguiccion y al Brigada


y a los otros que el canto ya ha nombrado.»


A otro lado pasamos, y a otra gente


envolvía la helada con crudeza,


y no cabeza abajo sino arriba.


El llanto mismo el lloro no permite,

y la pena que encuentra el ojo lleno,

vuelve hacia atras, la angustia acrecentando; 


pues hacen muro las primeras lágrimas,


y así como viseras cristalinas,


llenan bajo las cejas todo el vaso.


Y sucedió que, aun como encallecido


por el gran frío cualquier sentimiento


hubiera abandonado ya mi rostro,


me parecía ya sentir un viento,


por lo que yo: «Maestro, ¿quién lo hace?,


¿No están extintos todos los vapores?»


Y él me repuso: «En breve será cuando


a esto darán tus ojos la respuesta,


viendo la causa que este soplo envía.»


Y un triste de esos de la fría costra


gritó: «Ah vosotras, almas tan crueles,


que el último lugar os ha tocado,


del rostro levantar mis duros velos,


que el dolor que me oprime expulsar pueda,


un poco antes que el llanto se congele.»


Y le dije: «Si quieres que te ayude,


dime quién eres, y si no te libro,


merezca yo ir al fondo de este hielo.»


Me respondió: «Yo soy fray Alberigo;


soy aquel de la fruta del mal huerto,


que por el higo el dátil he cambiado.»


«Oh, ¿ya estás muerto díjele yo entonces?


Y él repuso: «De cómo esté mi cuerpo


en el mundo, no tengo ciencia alguna.


Tal ventaja tiene esta Tolomea,


que muchas veces caen aquí las almas


antes de que sus dedos mueva Atropos;


y para que de grado tú me quites


las lágrimas vidriosas de mi rostro,

sabe que luego que el alma traiciona,


como yo hiciera, el cuerpo le es quitado


por un demonio que después la rige,


hasta que el tiempo suyo todo acabe.


Ella cae en cisterna semejante;


y es posible que arriba esté aún el cuerpo


de la sombra que aquí detrás inverna.


Tú lo debes saber, si ahora has venido:


que es Branca Doria, y ya han pasado muchos

años desde que fuera aquí encerrado.»


«Creo le dije yo que tú me engañas;


Branca Doria no ha muerto todavía,


y come y bebe y duerme y paños viste.»


«Al pozo él respondió de Malasgarras,


donde la pez rebulle pegajosa,


aún no había caído Miguel Zanque,


cuando éste le dejó al diablo un sitio


en su cuerpo, y el de un pariente suyo


que la traición junto con él hiciera.


Mas extiende por fin aquí la mano;


abre mis ojos.» Y no los abrí;


y cortesia fue el villano serle.


¡Ah genoveses, hombres tan distantes


de todo bien, de toda lacra llenos!,


¿por qué no sois del mundo desterrados?


Porque con la peor alma de Romaña


hallé a uno de vosotros, por sus obras


su espiritu bañando en el Cocito,


y aún en la tierra vivo con el cuerpo.

La Divina Comedia, castellano, Canto XXXII

CANTO XXXII


Si rimas broncas y ásperas tuviese,


como merecería el agujero


sobre el que apoyan las restantes rocas


exprimiría el jugo de mi tema


más plenamente; mas como no tengo,


no sin miedo a contarlo me dispongo;


que no es empresa de tomar a juego


de todo el orbe describir el fondo,


ni de lengua que diga «mama» o «papa».


Mas a mi verso ayuden las mujeres


que a Anfión a cerrar Tebas ayudaron,


y del hecho el decir no sea diverso.


¡Oh sobre todas mal creada plebe,


que el sitio ocupas del que hablar es duro,


mejor serla ser cabras u ovejas!


Cuando estuvimos ya en el negro pozo,


de los pies del gigante aún más abajo,


y yo miraba aún la alta muralla,


oí decirme: «Mira dónde pisas:


anda sin dar patadas a la triste


cabeza de mi hermano desdichado.»


Por lo cual me volví, y vi por delante


y a mis plantas un lago que, del hielo,


de vidrio, y no de agua, tiene el rostro.


A su corriente no hace tan espeso


velo, en Austria, el Danubio en el invierno,


ni bajo el frío cielo allá el Tanais,


como era allí; porque si el Pietrapana


o el Tambernic, encima le cayese,


ni «crac» hubiese hecho por el golpe.


Y tal como croando está la rana,


fuera del agua el morro, cuando sueña


con frecuencia espigar la campesina,


lívidas, hasta el sitio en que aparece


la vergüenza, en el hielo había sombras,


castañeteando el diente cual cigüeñas.


Hacia abajo sus rostros se volvían:


el frío con la boca, y con los ojos


el triste corazón testimoniaban.


Después de haber ya visto un poco en torno,


miré, a mis pies, a dos tan estrechados,


que mezclados tenían sus cabellos.


«Decidme, los que así apretáis los pechos


les dije ¿Quiénes sois?» Y el cuello irguieron;

y al alzar la cabeza, chorrearon


sus ojos, que antes eran sólo blandos


por dentro, hasta los labios, y ató el hielo


las lágrimas entre ellos, encerrándolos.


Leño con leño grapa nunca une


tan fuerte; por lo que, como dos chivos,


los dos se golpearon iracundos.


Y uno, que sin orejas se encontraba


por la friura, con el rostro gacho,


dijo: «¿Por qué nos miras de ese modo?


Si saber quieres quién son estos dos,


el valle en que el Bisenzo se derrama


fue de Alberto, su padre, y de estos hijos.


De igual cuerpo salieron; y en Caína


podrás buscar, y no encontrarás sombra


más digna de estar puesta en este hielo;


no aquel a quien rompiera pecho y sombra,


por la mano de Arturo, un solo golpe;


no Focaccia; y no éste, que me tapa


con la cabeza y no me deja ver,


y fue llamado Sassol Mascheroni:


si eres toscano bien sabrás quién fue.


Y porque en más sermones no me metas,


sabe que fui Camincion dei Pazzi;


y espero que Carlino me haga bueno.»


Luego yo vi mil rostros por el frío


amoratados, y terror me viene,


y siempre me vendrá de aquellos hielos.


Y mientras que hacia el centro caminábamos,

en el que toda gravedad se aúna,


y yo en la eterna lobreguez temblaba,


si el azar o el destino o Dios lo quiso,


no sé; mas paseando entre cabezas,


golpeé con el pie el rostro de una.


Llorando me gritó: «¿Por qué me pisas?


Si a aumentar tú no vienes la venganza


de Monteaperti, ¿por qué me molestas?»


Y yo: «Maestro mío, espera un poco


pues quiero que me saque éste de dudas;


y luego me darás, si quieres, prisa.»


El guía se detuvo y dije a aquel


que blasfemaba aún muy duramente:

« ¿Quién eres tú que así reprendes a otros?» 


«Y tú ¿quién eres que por la Antenora


vas golpeando respondió los rostros,


de tal forma que, aun vivo, mucho fuera?»


«Yo estoy vivo, y acaso te convenga


fue mi respuesta , si es que quieres fama,


que yo ponga tu nombre entre los otros.»


Y él a mí: «Lo contrario desearía;


márchate ya de aquí y no me molestes,


que halagar sabes mal en esta gruta.»


Entonces le cogí por el cogote,


y dije: «Deberás decir tu nombre,


o quedarte sin pelo aquí debajo.»


Por lo que dijo: «Aunque me descabelles,


no te diré quién soy, ni he de decirlo,


aunque mil veces golpees mi cabeza.»


Ya enroscados tenía sus cabellos,


y ya más de un mechón le había arrancado,


mientras ladraba con la vista gacha,


cuando otro le gritó: «¿Qué tienes, Bocca?


¿No te basta sonar con las quijadas,


sino que ladras? ¿quién te da tormento?»


«Ahora le dije yo no quiero oírte,


oh malvado traidor: que en tu deshonra,


he de llevar de ti veraces nuevas.»


«Vete repuso y di lo que te plazca,

pero no calles, si de aquí salieras,


de quien tuvo la lengua tan ligera.


Él llora aquí el dinero del francés:


“Yo vi podrás decir- a aquel de Duera,


donde frescos están los pecadores.”


Si fuera preguntado “¿y esos otros?”,


tienes al lado a aquel de Beccaría,


del cual segó Florencia la garganta.


Gianni de Soldanier creo que está


allá con Ganelón y Teobaldelo,


que abrió Faenza mientras que dormía.»


Nos habíamos de éstos alejado,


cuando vi a dos helados en un hoyo,


y una cabeza de otra era sombrero;


y como el pan con hambre se devora,


así el de arriba le mordía al otro


donde se juntan nuca con cerebro.


No de otra forma Tideo roía


la sien a Menalipo por despecho,


que aquél el cráneo y las restantes cosas.


«Oh tú, que muestras por tan brutal signo


un odio tal por quien así devoras,


dime el porqué le dije de ese trato,


que si tú con razón te quejas de él,


sabiendo quiénes sois, y su pecado,


aún en el mundo pueda yo vengarte,


si no se seca aquella con la que hablo

Portfolio

       Ramón Guimerá Lorente Beceite blog, Beseit Beseit en chapurriau yo parlo lo chapurriau  y lo escric Chapurriau al Wordpress Lo Decame...