lunes, 31 de agosto de 2020

La Divina Comedia, castellano, Canto XXXIII

CANTO XXXIII


De la feroz comida alzó la boca


el pecador, limpiándola en los pelos


de la cabeza que detrás roía.


Luego empezó: «Tú quieres que renueve


el amargo dolor que me atenaza


sólo al pensarlo, antes que de ello hable.


Mas si han de ser simiente mis palabras


que dé frutos de infamia a este traidor


que muerdo, al par verás que lloro y hablo.


Ignoro yo quién seas y en qué forma


has llegado hasta aquí, mas de Florencia

de verdad me pareces al oírte.


Debes saber que fui el conde Ugolino


y este ha sido Ruggieri, el arzobispo;


por qué soy tal vecino he de contarte.


Que a causa de sus malos pensamientos,


y fiándome de él fui puesto preso


y luego muerto, no hay que relatarlo;


mas lo que haber oído no pudiste,


quiero decir, lo cruel que fue mi muerte,


escucharás: sabrás si me ha ofendido.


Un pequeño agujero de «la Muda»


que por mí ya se llama «La del Hambre»,


y que conviene que a otros aún encierre,


enseñado me había por su hueco


muchas lunas, cuando un mal sueño tuve


que me rasgó los velos del futuro.


Éste me apareció señor y dueño,


a la caza del lobo y los lobeznos


en el monte que a Pisa oculta Lucca.


Con perros flacos, sabios y amaestrados,


los Gualandis, Lanfrancos y Sismondis


al frente se encontraban bien dispuestos.


Tras de corta carrera vi rendidos


a los hijos y al padre, y con colmillos


agudos vi morderles los costados.


Cuando me desperté antes de la aurora,


llorar sentí en el sueño a mis hijitos


que estaban junto a mí, pidiendo pan.


Muy cruel serás si no te dueles de esto,


pensando lo que en mi alma se anunciaba:


y si no lloras, ¿de qué llorar sueles?


Se despertaron, y llegó la hora


en que solían darnos la comida,


y por su sueño cada cual dudaba.


Y oí clavar la entrada desde abajo


de la espantosa torre; y yo miraba


la cara a mis hijitos sin moverme.


Yo no lloraba, tan de piedra era;


lloraban ellos; y Anselmuccio dijo:


«Cómo nos miras, padre, ¿qué te pasa?»


Pero yo no lloré ni le repuse


en todo el día ni al llegar la noche,


hasta que un nuevo sol salía a mundo.


Como un pequeño rayo penetrase


en la penosa cárcel, y mirara


en cuatro rostros mi apariencia misma,


ambas manos de pena me mordía;


y al pensar que lo hacía yo por ganas


de comer, bruscamente levantaron,


diciendo: « Padre, menos nos doliera


si comes de nosotros; pues vestiste


estas míseras carnes, las despoja.»


Por más no entristecerlos me calmaba;


ese día y al otro nada hablamos:


Ay, dura tierra, ¿por qué no te abriste?


Cuando hubieron pasado cuatro días,


Gaddo se me arrojó a los pies tendido,


diciendo: «Padre, ¿por qué no me ayudas?»


Allí murió: y como me estás viendo,


vi morir a los tres uno por uno


al quinto y sexto día; y yo me daba


ya ciego, a andar a tientas sobre ellos.


Dos días les llamé aunque estaban muertos:


después más que el dolor pudo el ayuno.»


Cuando esto dijo, con torcidos ojos


volvió a morder la mísera cabeza,


y los huesos tan fuerte como un perro.


¡Ah Pisa, vituperio de las gentes


del hermoso país donde el «sí» suena!,


pues tardos al castigo tus vecinos,


muévanse la Gorgona y la Capraia,


y hagan presas allí en la hoz del Arno,


para anegar en ti a toda persona;


pues si al conde Ugolino se acusaba


por la traición que hizo a tus castillos,


no debiste a los hijos dar tormento.


Inocentes hacía la edad nueva,


nueva Tebas, a Uguiccion y al Brigada


y a los otros que el canto ya ha nombrado.»


A otro lado pasamos, y a otra gente


envolvía la helada con crudeza,


y no cabeza abajo sino arriba.


El llanto mismo el lloro no permite,

y la pena que encuentra el ojo lleno,

vuelve hacia atras, la angustia acrecentando; 


pues hacen muro las primeras lágrimas,


y así como viseras cristalinas,


llenan bajo las cejas todo el vaso.


Y sucedió que, aun como encallecido


por el gran frío cualquier sentimiento


hubiera abandonado ya mi rostro,


me parecía ya sentir un viento,


por lo que yo: «Maestro, ¿quién lo hace?,


¿No están extintos todos los vapores?»


Y él me repuso: «En breve será cuando


a esto darán tus ojos la respuesta,


viendo la causa que este soplo envía.»


Y un triste de esos de la fría costra


gritó: «Ah vosotras, almas tan crueles,


que el último lugar os ha tocado,


del rostro levantar mis duros velos,


que el dolor que me oprime expulsar pueda,


un poco antes que el llanto se congele.»


Y le dije: «Si quieres que te ayude,


dime quién eres, y si no te libro,


merezca yo ir al fondo de este hielo.»


Me respondió: «Yo soy fray Alberigo;


soy aquel de la fruta del mal huerto,


que por el higo el dátil he cambiado.»


«Oh, ¿ya estás muerto díjele yo entonces?


Y él repuso: «De cómo esté mi cuerpo


en el mundo, no tengo ciencia alguna.


Tal ventaja tiene esta Tolomea,


que muchas veces caen aquí las almas


antes de que sus dedos mueva Atropos;


y para que de grado tú me quites


las lágrimas vidriosas de mi rostro,

sabe que luego que el alma traiciona,


como yo hiciera, el cuerpo le es quitado


por un demonio que después la rige,


hasta que el tiempo suyo todo acabe.


Ella cae en cisterna semejante;


y es posible que arriba esté aún el cuerpo


de la sombra que aquí detrás inverna.


Tú lo debes saber, si ahora has venido:


que es Branca Doria, y ya han pasado muchos

años desde que fuera aquí encerrado.»


«Creo le dije yo que tú me engañas;


Branca Doria no ha muerto todavía,


y come y bebe y duerme y paños viste.»


«Al pozo él respondió de Malasgarras,


donde la pez rebulle pegajosa,


aún no había caído Miguel Zanque,


cuando éste le dejó al diablo un sitio


en su cuerpo, y el de un pariente suyo


que la traición junto con él hiciera.


Mas extiende por fin aquí la mano;


abre mis ojos.» Y no los abrí;


y cortesia fue el villano serle.


¡Ah genoveses, hombres tan distantes


de todo bien, de toda lacra llenos!,


¿por qué no sois del mundo desterrados?


Porque con la peor alma de Romaña


hallé a uno de vosotros, por sus obras


su espiritu bañando en el Cocito,


y aún en la tierra vivo con el cuerpo.

La Divina Comedia, castellano, Canto XXXII

CANTO XXXII


Si rimas broncas y ásperas tuviese,


como merecería el agujero


sobre el que apoyan las restantes rocas


exprimiría el jugo de mi tema


más plenamente; mas como no tengo,


no sin miedo a contarlo me dispongo;


que no es empresa de tomar a juego


de todo el orbe describir el fondo,


ni de lengua que diga «mama» o «papa».


Mas a mi verso ayuden las mujeres


que a Anfión a cerrar Tebas ayudaron,


y del hecho el decir no sea diverso.


¡Oh sobre todas mal creada plebe,


que el sitio ocupas del que hablar es duro,


mejor serla ser cabras u ovejas!


Cuando estuvimos ya en el negro pozo,


de los pies del gigante aún más abajo,


y yo miraba aún la alta muralla,


oí decirme: «Mira dónde pisas:


anda sin dar patadas a la triste


cabeza de mi hermano desdichado.»


Por lo cual me volví, y vi por delante


y a mis plantas un lago que, del hielo,


de vidrio, y no de agua, tiene el rostro.


A su corriente no hace tan espeso


velo, en Austria, el Danubio en el invierno,


ni bajo el frío cielo allá el Tanais,


como era allí; porque si el Pietrapana


o el Tambernic, encima le cayese,


ni «crac» hubiese hecho por el golpe.


Y tal como croando está la rana,


fuera del agua el morro, cuando sueña


con frecuencia espigar la campesina,


lívidas, hasta el sitio en que aparece


la vergüenza, en el hielo había sombras,


castañeteando el diente cual cigüeñas.


Hacia abajo sus rostros se volvían:


el frío con la boca, y con los ojos


el triste corazón testimoniaban.


Después de haber ya visto un poco en torno,


miré, a mis pies, a dos tan estrechados,


que mezclados tenían sus cabellos.


«Decidme, los que así apretáis los pechos


les dije ¿Quiénes sois?» Y el cuello irguieron;

y al alzar la cabeza, chorrearon


sus ojos, que antes eran sólo blandos


por dentro, hasta los labios, y ató el hielo


las lágrimas entre ellos, encerrándolos.


Leño con leño grapa nunca une


tan fuerte; por lo que, como dos chivos,


los dos se golpearon iracundos.


Y uno, que sin orejas se encontraba


por la friura, con el rostro gacho,


dijo: «¿Por qué nos miras de ese modo?


Si saber quieres quién son estos dos,


el valle en que el Bisenzo se derrama


fue de Alberto, su padre, y de estos hijos.


De igual cuerpo salieron; y en Caína


podrás buscar, y no encontrarás sombra


más digna de estar puesta en este hielo;


no aquel a quien rompiera pecho y sombra,


por la mano de Arturo, un solo golpe;


no Focaccia; y no éste, que me tapa


con la cabeza y no me deja ver,


y fue llamado Sassol Mascheroni:


si eres toscano bien sabrás quién fue.


Y porque en más sermones no me metas,


sabe que fui Camincion dei Pazzi;


y espero que Carlino me haga bueno.»


Luego yo vi mil rostros por el frío


amoratados, y terror me viene,


y siempre me vendrá de aquellos hielos.


Y mientras que hacia el centro caminábamos,

en el que toda gravedad se aúna,


y yo en la eterna lobreguez temblaba,


si el azar o el destino o Dios lo quiso,


no sé; mas paseando entre cabezas,


golpeé con el pie el rostro de una.


Llorando me gritó: «¿Por qué me pisas?


Si a aumentar tú no vienes la venganza


de Monteaperti, ¿por qué me molestas?»


Y yo: «Maestro mío, espera un poco


pues quiero que me saque éste de dudas;


y luego me darás, si quieres, prisa.»


El guía se detuvo y dije a aquel


que blasfemaba aún muy duramente:

« ¿Quién eres tú que así reprendes a otros?» 


«Y tú ¿quién eres que por la Antenora


vas golpeando respondió los rostros,


de tal forma que, aun vivo, mucho fuera?»


«Yo estoy vivo, y acaso te convenga


fue mi respuesta , si es que quieres fama,


que yo ponga tu nombre entre los otros.»


Y él a mí: «Lo contrario desearía;


márchate ya de aquí y no me molestes,


que halagar sabes mal en esta gruta.»


Entonces le cogí por el cogote,


y dije: «Deberás decir tu nombre,


o quedarte sin pelo aquí debajo.»


Por lo que dijo: «Aunque me descabelles,


no te diré quién soy, ni he de decirlo,


aunque mil veces golpees mi cabeza.»


Ya enroscados tenía sus cabellos,


y ya más de un mechón le había arrancado,


mientras ladraba con la vista gacha,


cuando otro le gritó: «¿Qué tienes, Bocca?


¿No te basta sonar con las quijadas,


sino que ladras? ¿quién te da tormento?»


«Ahora le dije yo no quiero oírte,


oh malvado traidor: que en tu deshonra,


he de llevar de ti veraces nuevas.»


«Vete repuso y di lo que te plazca,

pero no calles, si de aquí salieras,


de quien tuvo la lengua tan ligera.


Él llora aquí el dinero del francés:


“Yo vi podrás decir- a aquel de Duera,


donde frescos están los pecadores.”


Si fuera preguntado “¿y esos otros?”,


tienes al lado a aquel de Beccaría,


del cual segó Florencia la garganta.


Gianni de Soldanier creo que está


allá con Ganelón y Teobaldelo,


que abrió Faenza mientras que dormía.»


Nos habíamos de éstos alejado,


cuando vi a dos helados en un hoyo,


y una cabeza de otra era sombrero;


y como el pan con hambre se devora,


así el de arriba le mordía al otro


donde se juntan nuca con cerebro.


No de otra forma Tideo roía


la sien a Menalipo por despecho,


que aquél el cráneo y las restantes cosas.


«Oh tú, que muestras por tan brutal signo


un odio tal por quien así devoras,


dime el porqué le dije de ese trato,


que si tú con razón te quejas de él,


sabiendo quiénes sois, y su pecado,


aún en el mundo pueda yo vengarte,


si no se seca aquella con la que hablo

La Divina Comedia, castellano, Canto XXXI

CANTO XXXI


La misma lengua me mordió primero,


haciéndome teñir las dos mejillas,


y después me aplicó la medicina:


así escuché que solía la lanza


de Aquiles y su padre ser causante


primero de dolor, después de alivio,


Dimos la espalda a aquel mísero valle


por la ribera que en torno le ciñe,


y sin ninguna charla lo cruzamos.


No era allí ni de día ni de noche,


y poco penetraba con la vista;


pero escuché sonar un alto cuerno,


tanto que habría a los truenos callado,


y que hacia él su camino siguiendo,


me dirigió la vista sólo a un punto.


Tras la derrota dolorosa, cuando


Carlomagno perdió la santa gesta,


Orlando no tocó con tanta furia.


A poco de volver allí mi rostro,


muchas torres muy altas creí ver;


y yo: «Maestro, di, ¿qué muro es éste?»


Y él a mí: «Como cruzas las tinieblas


demasiado a lo lejos, te sucede


que en el imaginar estás errado.


Bien lo verás, si llegas a su vera,


cuánto el seso de lejos se confunde;


así que marcha un poco más aprisa.»


Y con cariño cogióme la mano,


y dijo: «Antes que hayamos avanzado,


para que menos raro te parezca,


sabe que no son torres, mas gigantes,


y en el pozo al que cerca esta ribera


están metidos, del ombligo abajo.»


Como al irse la niebla disipando,


la vista reconoce poco a poco


lo que esconde el vapor que arrastra el aire,


así horadando el aura espesa y negra,


más y más acercándonos al borde,


se iba el error y el miedo me crecía;


pues como sobre la redonda cerca


Monterregión de torres se corona,


así aquel margen que el pozo circunda


con la mitad del cuerpo torreaban


los horribles gigantes, que amenaza


aún desde el cielo Júpiter tronando.


Y yo miraba ya de alguno el rostro,


la espalda, el pecho y gran parte del vientre,


y los brazos cayendo a los costados.


Cuando dejó de hacer Naturaleza


aquellos animales, muy bien hizo,


porque tales ayudas quitó a Marte;


Y si ella de elefantes y ballenas


no se arrepiente, quien atento mira,


más justa y más discreta ha de tenerla;


pues donde el argumento de la mente


al mal querer se junta y a la fuerza,


el hombre no podría defenderse.


Su cara parecía larga y gruesa


como la Piña de San Pedro, en Roma,


y en esta proporción los otros huesos;


y así la orilla, que les ocultaba


del medio abajo, les mostraba tanto


de arriba, que alcanzar su cabellera


tres frisones en vano pretendiesen;


pues treinta grandes palmos les veía


de abajo al sitio en que se anuda el manto.


«Raphel may amech zabi almi»,


a gritar empezó la fiera boca,


a quien más dulces salmos no convienen.


Y mi guía hacia él: « ¡Alma insensata,


coge tu cuerno, y desfoga con él


cuanta ira o pasión así te agita!


Mirate al cuello, y hallarás la soga


que amarrado lo tiene, alma turbada,


mira cómo tu enorme pecho aprieta.»


Después me dijo: «A sí mismo se acusa.


Este es Nembrot, por cuya mala idea


sólo un lenguaje no existe en el mundo.


Dejémosle, y no hablemos vanamente,


porque así es para él cualquier lenguaje,


cual para otros el suyo: nadie entiende.»


Seguimos el viaje caminando


a la izquierda, y a un tiro de ballesta,

otro encontramos más feroz y grande.


Para ceñirlo quién fuera el maestro,


decir no sé, pero tenía atados


delante el otro, atrás el brazo diestro,


una cadena que le rodeaba


del cuello a abajo, y por lo descubierto


le daba vueltas hasta cinco veces.


«Este soberbio quiso demostrar


contra el supremo Jove su potencia


dijo mi guía y esto ha merecido.


Se llama Efialte; y su intentona hizo


al dar miedo a los dioses los gigantes:


los brazos que movió, ya más no mueve.»


Y le dije: «Quisiera, si es posible,


que del desmesurado Briareo


puedan tener mis ojos experiencia.»


Y él me repuso: «A Anteo ya verás


cerca de aquí, que habla y está libre,


que nos pondrá en el fondo del infierno.


Aquel que quieres ver, está muy lejos,


y está amarrado y puesto de igual modo,


salvo que aún más feroz el rostro tiene.»


No hubo nunca tan fuerte terremoto,


que moviese una torre con tal fuerza,


como Efialte fue pronto en revolverse.


Más que nunca temí la muerte entonces,


y el miedo solamente bastaría


aunque no hubiese visto las cadenas.


Seguimos caminando hacia adelante


y llegamos a Anteo: cinco alas


salían de la fosa, sin cabeza.


«Oh tú que en el afortunado valle


que heredero a Escipión de gloria hizo,


al escapar Aníbal con los suyos,


mil leones cazaste por botín,


y que si hubieses ido a la alta lucha


de tus hermanos, hay quien ha pensado


que vencieran los hijos de la Tierra;

bájanos, sin por ello despreciarnos,

donde al Cocito encierra la friura.


A Ticio y a Tifeo no nos mandes;


éste te puede dar lo que deseas;


inclínate, y no tuerzas el semblante.


Aún puede darte fama allá en el mundo,


pues que está vivo y larga vida espera,


si la Gracia a destiempo no le llama.»


Así dijo el maestro; y él deprisa

tendió la mano, y agarró a mi guía,

con la que a Hércules diera el fuerte abrazo.


Virgilio, cuando se sintió cogido,


me dijo: «Ven aquí, que yo te coja»;


luego hizo tal que un haz éramos ambos.


Cual parece al mirar la Garisenda


donde se inclina, cuando va una nube


sobre ella, que se venga toda abajo;


tal parecióme Anteo al observarle


y ver que se inclinaba, y fue en tal hora


que hubiera preferido otro camino.


Mas levemente al fondo que se traga


a Lucifer con Judas, nos condujo;


y así inclinado no hizo más demora,


y se alzó como el mástil en la nave.

La Divina Comedia, castellano, Canto XXX

CANTO XXX


Cuando Juno por causa de Semele


odio tenía a la estirpe tebana,


como lo demostró en tantos momentos,


Atamante volvióse tan demente,


que, viendo a su mujer con los dos hijos


que en cada mano a uno conducía,


gritó: «¡Tendamos redes, y atrapemos


a la leona al pasar y a los leoncitos!»;


y luego con sus garras despiadadas.


agarró al que Learco se llamaba,


le volteó y le dio contra una piedra;


y ella se ahogó cargada con el otro.


Y cuando la fortuna echó por tierra


la soberbia de Troya tan altiva,


tal que el rey junto al reino fue abatido,


Hécuba triste, mísera y cautiva,


luego de ver a Polixena muerta,


y a Polidoro allí, junto a la orilla


del mar, pudo advertir con tanta pena,


desgarrada ladró tal como un perro;


tanto el dolor su mente trastornaba.


Mas ni de Tebas furias ni troyanas


se vieron nunca en nadie tan crueles,


ni a las bestias hiriendo, ni a los hombres,


cuanto en dos almas pálidas, desnudas,


que mordiendo corrían, vi, del modo


que el cerdo cuando deja la pocilga.


Una cogió a Capocchio, y en el nudo


del cuello le mordió, y al empujarle,


le hizo arañar el suelo con el vientre.


Y el aretino, que quedó temblando,


me dijo: « El loco aquel es Gianni Schichi,


que rabioso a los otros así ataca.»


«Oh le dije así el otro no te hinque


los dientes en la espalda, no te importe


el decirme quién es antes que escape.»


Y él me repuso: «El alma antigua es ésa

de la perversa Mirra, que del padre


lejos del recto amor, se hizo querida.


El pecar con aquél consiguió ésta


falsificándose en forma de otra,


igual que osó aquel otro que se marcha,


por ganarse a la reina de las yeguas,


falsificar en sí a Buoso Donati,


testando y dando norma al testamente.»


Y cuando ya se fueron los rabiosos,


sobre los cuales puse yo la vista,


la volví por mirar a otros malditos.


Vi a uno que un laúd parecería


si le hubieran cortado por las ingles


del sitio donde el hombre se bifurca.


La grave hidropesía, que deforma


los miembros con humores retenidos,


no casado la cara con el vientre,


le obliga a que los labios tenga abiertos,


tal como a causa de la sed el hético,


que uno al mentón, y el otro lleva arriba.


«Ah vosotros que andáis sin pena alguna,


y yo no sé por qué, en el mundo bajo


él nos dijo , mirad y estad atentos


a la miseria de maese Adamo:


mientras viví yo tuve cuanto quise,


y una gota de agua, ¡ay triste!, ansío.


Los arroyuelos que en las verdes lomas


de Casentino bajan hasta el Arno,


y hacen sus cauces fríos y apacibles,


siempre tengo delante, y no es en vano;


porque su imagen aún más me reseca


que el mal con que mi rostro se descarna.


La rígida justicia que me hiere


se sirve del lugar en que pequé


para que ponga en fuga más suspiros.


Está Romena allí, donde hice falsa


la aleación sigilada del Bautista,


por lo que el cuerpo quemado dejé.


Pero si viese aquí el ánima triste

de Guido o de Alejandro o de su hermano,


Fuente Branda, por verlos, no cambiase.


Una ya dentro está, si las rabiosas sombras

que van en torno no se engañan,

¿mas de qué sirve a mis miembros ligados? 


Si acaso fuese al menos tan ligero


que anduviese en un siglo una pulgada,


en el camino ya me habría puesto,


buscándole entre aquella gente infame,


aunque once millas abarque esta fosa,


y no menos de media de través.


Por aquellos me encuentro en tal familia:


pues me indujeron a acuñar florines


con tres quilates de oro solamente.»


Y yo dije: «¿Quién son los dos mezquinos


que humean, cual las manos en invierno,


apretados yaciendo a tu derecha?»


«Aquí los encontré, y no se han movido


me repuso al llover yo en este abismo


ni eternamente creo que se muevan.


Una es la falsa que acusó a José;


otro el falso Sinón, griego de Troya:


por una fiebre aguda tanto hieden.»


Y uno de aquéllos, lleno de fastidio


tal vez de ser nombrados con desprecio,


le dio en la dura panza con el puño.


Ésta sonó cual si fuese un tambor;


y maese Adamo le pegó en la cara


con su brazo que no era menos duro,


diciéndole: «Aunque no pueda moverme,


porque pesados son mis miembros, suelto


para tal menester tengo mi brazo.»


Y aquél le respondió: « Al encaminarte


al fuego, tan veloz no lo tuviste:


pero sí, y más, cuando falsificabas.»


Y el hidrópico dijo: «Eso es bien cierto;


mas tan veraz testimonio no diste


al requerirte la verdad en Troya.»


«Si yo hablé en falso, el cuño falseaste

dijo Sinón y aquí estoy por un yerro,


y tú por más que algún otro demonio.»


«Acuérdate, perjuro, del caballo


repuso aquel de la barriga hinchada ;


y que el mundo lo sepa y lo castigue.»


«Y te castigue a ti la sed que agrieta


dijo el griego la lengua, el agua inmunda


que al vientre le hace valla ante tus ojos.»


Y el monedero dilo: «Así se abra


la boca por tu mal, como acostumbra;


que si sed tengo y me hincha el humor,


te duele la cabeza y tienes fiebre;


y a lamer el espejo de Narciso,


te invitarían muy pocas palabras.»


Yo me estaba muy quieto para oírles


cuando el maestro dijo: «¡Vamos, mira!


no comprendo qué te hace tanta gracia.»


Al oír que me hablaba con enojo,


hacia él me volví con tal vergüenza,


que todavía gira en mi memoria.


Como ocurre a quien sueña su desgracia,


que soñando aún desea que sea un sueño,


tal como es, como si no lo fuese,


así yo estaba, sin poder hablar,


deseando escusarme, y escusábame


sin embargo, y no pensaba hacerlo.


«Falta mayor menor vergüenza lava


dijo el maestro , que ha sido la tuya;


así es que ya descarga tu tristeza.


Y piensa que estaré siempre a tu lado,


si es que otra vez te lleva la fortuna


donde haya gente en pleitos semejantes:


pues el querer oír eso es vil deseo.»

La Divina Comedia, castellano, Canto XXIX

CANTO XXIX


La mucha gente y las diversas plagas,

tanto habian mis ojos embriagado,

que quedarse llorando deseaban;

mas Virgilio me dijo: «¿En qué te fijas?


¿Por qué tu vista se detiene ahora


tras de las tristes sombras mutiladas?


Tú no lo hiciste así en las otras bolsas;


piensa, si enumerarlas crees posible,


que millas veintidós el valle abarca.


Y bajo nuestros pies ya está la luna:


Del tiempo concedido queda poco,


y aún nos falta por ver lo que no has visto.»


«Si tú hubieras sabido le repuse


la razón por la cual miraba, acaso


me hubieses permitido detenerme.»


Ya se marchaba, y yo detrás de él,


mi guía, respondiendo a su pregunta


y añadiéndole: «Dentro de la cueva,


donde los ojos tan atento puse,


creo que un alma de mi sangre llora


la culpa que tan caro allí se paga.»


Dijo el maestro entonces: «No entretengas


de aquí adelante en ello el pensamiento:


piensa otra cosa, y él allá se quede;


que yo le he visto al pie del puentecillo


señalarte, con dedo amenazante,


y llamarlo escuché Geri del Bello.


Tan distraído tú estabas entonces


con el que tuvo Altaforte a su mando,


que se fue porque tú no le atendías.»


«Oh guía mío, la violenta muerte


que aún no le ha vengado yo repuse-


ninguno que comparta su vergüenza,


hácele desdeñoso; y sin hablarme


se ha marchado, del modo que imagino;


con él por esto he sido más piadoso.»


Conversamos así hasta el primer sitio


que desde el risco el otro valle muestra,


si hubiese allí más luz, todo hasta el fondo.


Cuando estuvimos ya en el postrer claustro

de Malasbolsas, y que sus profesos

a nuestra vista aparecer podían,


lamentos saeteáronme diversos,


que herrados de piedad dardos tenían;


y me tapé por ello los oídos.


Como el dolor, si con los hospitales


de Valdiquiana entre junio y septiembre,


los males de Maremma y de Cerdeña,


en una fosa juntos estuvieran,


tal era aquí; y tal hedor desprendía,


como suele venir de miembros muertos.


Descendimos por la última ribera


del largo escollo, a la siniestra mano;


y entonces pude ver más claramente


allí hacia el fondo, donde la ministra


del alto Sir, infalible justicia,


castiga al falseador que aquí condena.


Yo no creo que ver mayor tristeza


en Egina pudiera el pueblo enfermo,


cuando se llenó el aire de ponzoña,


pues, hasta el gusanillo, perecieron


los animales; y la antigua gente,


según que los poeta aseguran,


se engendró de la estirpe de la hormiga;


como era viendo por el valle oscuro


languidecer las almas a montones.


Cuál sobre el vientre y cuál sobre la espalda,


yacía uno del otro, y como a gatas,


por el triste sendero caminaban.


Muy lentamente, sin hablar, marchábamos,


mirando y escuchando a los enfermos,


que levantar sus cuerpos no podían.


Vi sentados a dos que se apoyaban,


como al cocer se apoyan teja y teja,


de la cabeza al pie llenos de pústulas.


Y nunca vi moviendo la almohaza

a muchacho esperado por su amo,


ni a aquel que con desgana está aún en vela, 


como éstos se mordían con las uñas

a ellos mismos a causa de la saña

del gran picor, que no tiene remedio;


y arrancaban la sarna con las uñas,


como escamas de meros el cuchillo,


o de otro pez que las tenga más grandes.


«Oh tú que con los dedos te desuellas


se dirigió mi guía a uno de aquellos


y que a veces tenazas de ellos haces,


dime si algún latino hay entre éstos


que están aquí, así te duren las uñas


eternamente para esta tarea.»


«Latinos somos quienes tan gastados


aquí nos ves llorando uno repuso;


¿y quién tú, que preguntas por nosotros?»


Y el guía dijo: «Soy uno que baja


con este vivo aquí, de grada en grada,


y enseñarle el infierno yo pretendo.»


Entonces se rompió el común apoyo;


y temblando los dos a mí vinieron


con otros que lo oyeron de pasada.


El buen maestro a mí se volvió entonces,


diciendo: «Diles todo lo que quieras»;


y yo empecé, pues que él así quería:


«Así vuestra memoria no se borre


de las humanas mentes en el mundo,


mas que perviva bajo muchos soles,


decidme quiénes sois y de qué gente:


vuestra asquerosa y fastidiosa pena


el confesarlo espanto no os produzca.»


«Yo fui de Arezzo, y Albero el de Siena


repuso uno púsome en el fuego,


pero no me condena aquella muerte.


Verdad es que le dije bromeando:


“Yo sabré alzarme en vuelo por el aire”


y aquél, que era curioso a insensato,


quiso que le enseñase el arte; y sólo


porque no le hice Dédalo, me hizo


arder así como lo hizo su hijo.


Mas en la última bolsa de las diez,


por la alquimia que yo en el mundo usaba,

me echó Minos, que nunca se equivoca.»


Y yo dije al maestro: «¿Ha habido nunca


gente tan vana como la sienesa?


cierto, ni la francesa llega a tanto.»


Como el otro leproso me escuchara,


repuso a mis palabras: «Quita a Stricca,


que supo hacer tan moderados gastos;


y a Niccolò, que el uso dispendioso


del clavo descubrió antes que ninguno,


en el huerto en que tal simiente crece;


y quita la pandilla en que ha gastado


Caccia d'Ascian la viña y el gran bosque,


y el Abbagliato ha perdido su juicio.


Mas por que sepas quién es quien te sigue


contra el sienés, en mí la vista fija,


que mi semblante habrá de responderte:


verás que soy la sombra de Capoccio,


que falseé metales con la alquimia;


y debes recordar, si bien te miro,


que por naturaleza fui una mona.»

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       Ramón Guimerá Lorente Beceite blog, Beseit Beseit en chapurriau yo parlo lo chapurriau  y lo escric Chapurriau al Wordpress Lo Decame...